miércoles, 6 de agosto de 2014

Anécdota periodística: Ligeros de equipaje.


Quiero compartirles una anécdota que le sucedió a un amigo de la familia y colega periodista.

Este amigo es Ricardo Pichardo y escribe para la revista Ritmo Social que pertenece al periódico dominicano Listín Diario.

Recientemente está escribiendo una columna para el Listín llamada Desde mi óptica.
Bueno, con la muerte de mi madre, este gran amigo al cual le estoy súper agradecida con el detalle, decide escribir un artículo para ella, que se publicó en el periódico.
 ¿Qué sucedió? Este joven periodista escribe el artículo y lo envía a edición.
Por curiosidad de la vida y de su trabajo, Ricardo pasa por edición antes de irse, la jefa del departamento se había ido pero le pide al  joven que está presente  que lo deje ver el artículo ya editado y listo para salir.
Gran sorpresa se llevó cuando al leer el artículo estaba simplemente cortado a la mitad, sin preocuparse por la coherencia ni el sentido, simplemente ajustado a un espacio disponible.
Por suerte Ricardo pudo arreglarlo a su modo y darle un giro para que no perdiera la magia, pero ¿Cuál es la moraleja?
Nunca, en ningún medio podemos confiar que otros cuidaran la integridad de nuestro trabajo. A veces es mejor afinar detalles nosotros mismos para no llevarnos sorpresas.
Como periodistas nos movemos en un mundo de mucha rapidez, donde las noticias son para “ayer” y no hay después que valga, donde si el momento pasó, ya es caso cerrado. Por eso quizás nos dejamos llevar de la desesperación.

El periódismo debe realizarse con RESPONSABILIDAD, no importa el origen o la finalidad del trabajo realizado. 

Aqui les comparto el artículo y el link.

http://listindiario.com/la-vida/2014/7/31/331950/Ligeros-de-equipaje



Ligeros de equipaje


La vida es un soplo. Un suspiro que termina, muchas veces, sin darnos cuenta. Un corto viaje que emprendemos con una visa de la cual no conocemos su fecha de expiración. Es por esto que se hace incomprensible por qué actuamos como que si el trayecto fuera eterno. Nos comportamos como inmortales. Avasallamos, humillamos, irrespetamos límites o simplemente creemos levitar sin poner los pies sobre la tierra. Esta realidad la resaltamos sobre todo cuando vemos que la vida de un ser querido se apaga. Todo tipo de reflexiones afloran. Doctrinas, lecciones de vida y el contenido filosófico más docto parece iluminarnos. Tomamos resoluciones “impostergables”. Anunciamos cambios inmediatos a nuestro estilo de vida. Procuramos que ocurra una revolución que en el mejor de los casos se extiende una o dos semanas y luego como si viviéramos en automático regresamos a ciclo anterior hasta que otro caso nos sorprende. Nos cuesta creer que somos frágiles. Esa negación es nuestro mejor y más empleado mecanismo de defensa. Nos preparan para todo, menos para la muerte aunque como paradoja de la vida es lo único seguro que tenemos. Su nombre era María, pero le decíamos Ketty. Su personalidad alegre, don de gente y su hospitalidad se colaban en el corazón de quienes compartieron con ella al menos unas pocas horas. Era la tía favorita de los amigos de sus sobrinos dentro de los que me incluyo. Recibir personas en su casa era su deleite. Mientas más, mejor. Los atendía personalmente y desde ese instante se convertía en amiga de quienes le abrían su alma. Era fácil para escuchar. No era extraño que personas le contaran sus problemas aunque no le conocieran a profundidad.  La lucha por la igualdad y el bien común fueron su bandera. Para colaborar nunca salió un no de sus labios.  Su corazón era tan noble que era tomada en ocasiones por tonta. Madre ejemplar y amiga de sus amigos. Su partida fue algo impredecible. Nos tomó por sorpresa, ni siquiera los sospechamos. Aquello de que no se sabe el día ni la hora se cumplió a cabalidad en ella. Abrió en mí y en muchos de sus allegados no solo la pregunta de qué tan preparados estamos para partir sino también cuánto pesa nuestro equipaje. Mientras más ligeros mejor ya que para el trayecto estorban el costoso peso del odio, el rencor, los resentimientos y las raíces de amargura que no nos permiten avanzar.  La prepotencia y el creernos superior a los demás tienen un cargo emocional adicional que nos paraliza como seres humanos. Aprendí una vez que seremos juzgados no por nuestras prácticas de piedad (que son importantes), sino en base al amor que pudimos dar. Ketty dio amor de sobra, por eso no dudo de que tiene un lugar cerca Dios. Desde mi óptica la mejor resolución que debemos tomar es medir nuestra vida no en años, sino, más bien en el amor que podamos repartir a los demás viviendo un día a la vez como si fuera el último. ¡Nos vemos en la eternidad!

                                                                                                                                                                                         

Ricardo Pichardo

Ricardo.pichardo@listindiario.com

Twitter/Instagram
@pichardoricardo
 

2 comentarios: