Quiero compartirles una anécdota que le sucedió a un amigo de la familia y colega periodista.
Este amigo es
Ricardo Pichardo y escribe para la revista Ritmo
Social que pertenece al periódico dominicano Listín Diario.
Recientemente
está escribiendo una columna para el Listín llamada Desde mi óptica.
Bueno, con la
muerte de mi madre, este gran amigo al cual le estoy súper agradecida con el
detalle, decide escribir un artículo para ella, que se publicó en el periódico.
¿Qué sucedió?
Este joven periodista escribe el artículo y lo envía a edición.
Por
curiosidad de
la vida y de su trabajo, Ricardo pasa por edición antes de irse, la jefa
del departamento se había ido pero le pide al joven que está presente
que lo deje ver el artículo ya editado
y listo para salir.
Gran sorpresa se
llevó cuando al leer el artículo estaba simplemente cortado a la mitad, sin preocuparse
por la coherencia ni el sentido, simplemente ajustado a un espacio disponible.
Por suerte
Ricardo pudo arreglarlo a su modo y darle un giro para que no perdiera la
magia, pero ¿Cuál es la moraleja?
Nunca, en ningún medio
podemos confiar que otros cuidaran la integridad de nuestro trabajo. A veces es
mejor afinar detalles nosotros mismos para no llevarnos sorpresas.
Como periodistas
nos movemos en un mundo de mucha rapidez, donde las noticias son para “ayer” y
no hay después que valga, donde si el momento pasó, ya es caso cerrado. Por eso
quizás nos dejamos llevar de la desesperación.
El periódismo debe realizarse con RESPONSABILIDAD, no importa el origen o la finalidad del trabajo realizado.
Aqui les comparto el artículo y el link.
http://listindiario.com/la-vida/2014/7/31/331950/Ligeros-de-equipaje
http://listindiario.com/la-vida/2014/7/31/331950/Ligeros-de-equipaje
Ligeros de equipaje
La vida es un soplo. Un suspiro que
termina, muchas veces, sin darnos cuenta. Un corto viaje que emprendemos con
una visa de la cual no conocemos su fecha de expiración. Es por esto que se
hace incomprensible por qué actuamos como que si el trayecto fuera eterno. Nos
comportamos como inmortales. Avasallamos, humillamos, irrespetamos límites o
simplemente creemos levitar sin poner los pies sobre la tierra. Esta realidad
la resaltamos sobre todo cuando vemos que la vida de un ser querido se apaga. Todo
tipo de reflexiones afloran. Doctrinas, lecciones de vida y el contenido
filosófico más docto parece iluminarnos. Tomamos resoluciones “impostergables”.
Anunciamos cambios inmediatos a nuestro estilo de vida. Procuramos que ocurra
una revolución que en el mejor de los casos se extiende una o dos semanas y
luego como si viviéramos en automático regresamos a ciclo anterior hasta que
otro caso nos sorprende. Nos cuesta creer que somos frágiles. Esa negación es nuestro
mejor y más empleado mecanismo de defensa. Nos preparan para todo, menos para
la muerte aunque como paradoja de la vida es lo único seguro que tenemos. Su
nombre era María, pero le decíamos Ketty. Su personalidad alegre, don de gente
y su hospitalidad se colaban en el corazón de quienes compartieron con ella al
menos unas pocas horas. Era la tía favorita de los amigos de sus sobrinos
dentro de los que me incluyo. Recibir personas en su casa era su deleite.
Mientas más, mejor. Los atendía personalmente y desde ese instante se convertía
en amiga de quienes le abrían su alma. Era fácil para escuchar. No era extraño
que personas le contaran sus problemas aunque no le conocieran a profundidad. La lucha por la igualdad y el bien común
fueron su bandera. Para colaborar nunca salió un no de sus labios. Su corazón era tan noble que era tomada en
ocasiones por tonta. Madre ejemplar y amiga de sus amigos. Su partida fue algo
impredecible. Nos tomó por sorpresa, ni siquiera los sospechamos. Aquello de
que no se sabe el día ni la hora se cumplió a cabalidad en ella. Abrió en mí y
en muchos de sus allegados no solo la pregunta de qué tan preparados estamos
para partir sino también cuánto pesa nuestro equipaje. Mientras más ligeros
mejor ya que para el trayecto estorban el costoso peso del odio, el rencor, los
resentimientos y las raíces de amargura que no nos permiten avanzar. La prepotencia y el creernos superior a los
demás tienen un cargo emocional adicional que nos paraliza como seres humanos.
Aprendí una vez que seremos juzgados no por nuestras prácticas de piedad (que
son importantes), sino en base al amor que pudimos dar. Ketty dio amor de
sobra, por eso no dudo de que tiene un lugar cerca Dios. Desde mi óptica la
mejor resolución que debemos tomar es medir nuestra vida no en años, sino, más
bien en el amor que podamos repartir a los demás viviendo un día a la vez como
si fuera el último. ¡Nos vemos en la eternidad!
Ricardo Pichardo
Ricardo.pichardo@listindiario.com
Twitter/Instagram
@pichardoricardo
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarNo sabía que habias escrito esto tan lindo.
ResponderEliminarTe mando un abrazo enorme.